Solo hasta hace menos de diez años Colombia por fín comenzó
a vestirse de blanco, a gritar en marchas multitudinarias “Queremos la paz”; a
dejar guardadas las vendas y ataduras que por 48 años habían cubierto su cuerpo
agotado de tanto dolor y desgracia. Y hablo de Colombia, la de la cara amable,
esa que recibe al extranjero con una sonrisa mientras por dentro la desgarra su
propia realidad, refiriéndome así netamente a la población civil, a esa que
fuese supuestamente protegida por el grupo insurgente de las FARC en sus
inicios y que finalmente terminó por convertirse en su propia víctima.
Aunque han sido muchos los avances en Colombia en
materia de lucha contra el terrorismo, por desgracia el fuego aún no cesa y lo
peor de todo es que sigue cobrando la vida de quienes han sido silenciados bajo
los pretextos de ideologías políticas excluyentes.
Ahora, con la noticia que ha acaparado la atención de
la opinión pública sobre las negociaciones que se adelantarán entre el gobierno
de Juan Manuel Santos y el secretariado de las FARC, leves destellos de esperanzas
vuelven a nacer en el rostro de toda una nación. Pero aun así, y considerando los
beneficios que las negociaciones podrían traer no solo para el país sino para
el mundo entero, algunos temas de la agenda hasta ahora propuesta comienzan a empañar
levemente el proceso.
De los cinco puntos vitales que se discutirán en los diálogos
de paz dentro de los que se encuentran: El desarrollo rural, el rompimiento del
lazo entre política y armas, la desmovilización y la reintegración a la vida
civil de los guerrilleros y la reivindicación de los derechos de las víctimas, hay uno en
particular que llamo mi atención: El narcotráfico. Siendo esta la fuente
financiera del grupo armado muchos son los escépticos a que buenas intensiones
puedan surgir por parte de las FARC. El gobierno Santos tiene por objetivo
lograr no solo la erradicación definitiva de la maldición que ha castigado a
Colombia, sino convidar a los desmovilizados a participar de la erradicación
manual de la coca. ¿Podrán las mismas manos que cultivaron y procesaron en
laboratorios la desgracia de todo un pueblo, destruir uno de los negocios más prolíferos
en el mundo?
Por otra parte, y como lo expresó la ex secuestrada Clara
Rojas a los medios de comunicación la mañana del 6 de septiembre de 2012, la representación
de las víctimas dentro de la mesa de trabajo ha sido anulada. Aunque durante su
alocución el presidente Santos aseguró “Nadie puede imaginar el fin del
conflicto sin atender a las víctimas, satisfacer el derecho de las victimas es
una obligación de todos”, es evidente que su voz y voto no se hará presente en
las mesas de negociación.
Por último, y siendo este un punto bastante complejo y
cargado de estrategia política, la exigencia por parte de las FARC de hacer
participe en su grupo de negociación al guerrillero Simón Trinidad extraditado
a los Estados Unidos de América en el 2004, dejo sin aliento a más de uno. De
cumplirse una acción como estas que lo único que pretende es deslegitimizar una
decisión judicialmente aceptada por ambos países, estaría claro que los
alcances del grupo guerrillero pueden
pasar por encima de muchos sistemas políticos.
Parece ser que este es el destino de Colombia,
perdonar las desgracias cometidas, todas y cada una de ellas bañadas en sangre
y dolor a costa de la inmunidad del traidor; de ver su llegada legítima al
congreso de la república como es su cometido. En este país el pueblo es capaz
de perdonar 48 años de tragedia solo para darles a los hijos de su tierra más
campos de paz, y menos minas antipersonales; más expropiación de tierras, y
menos latifundios.
Si para lograr la
paz debemos recurrir a la inevitable suerte que corre todo pueblo que carece de
memoria; si para lograr ese fin utópico debemos ignorar las lágrimas de todas
las madres de los caídos, los rostros de los huérfanos que nos ha dejado la
guerra, la soledad inefable a la que están aún sujetos los secuestrados, pues
entonces no tendremos más opción que aceptar las reglas y jugarnos el todo por
una Colombia más digna, más justa.
¡Ay como me dueles
patria mía! Pero por vos me doy a la suerte del olvido, solo para que por fin
respires un aire más limpio, un aire impregnado de paz.